Egipto, la sabiduría iniciática













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Este libro nos conduce a través de la dimensión trascendente y espiritual del Antiguo Egipto. Todas las facetas de esta cultura reflejan las energías cósmicas que configuran patrones espirituales, uniendo lo visible y material con lo invisible y espiritual, señalando en lo físico y en la psique humana el camino de las estrellas, y haciendo de Egipto el espejo del Cielo. Esta cultura contiene un mensaje, a veces velado, que habla de fuerzas invisibles y que lleva a comprender que sus manifestaciones son el reflejo de un ordenamiento cósmico, constituyendo una proyección en lo material de distintas fuerzas y energías que operan en dimensiones no perceptibles y se ven también reflejadas en el microcosmos hombre sirviendo de guía a su desarrollo humano y espiritual. En este libro queda patente que el Antiguo Egipto no es una civilización muerta que floreció en un pasado lejano. Sus raíces se hunden en lo divino y sus enseñanzas viven para todos aquellos que capten su mensaje y lo hagan realidad en su vida.

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EL MITO DE OSIRIS



LA EDUCACIÓN EN EL ANTIGUO EGIPTO

Sobre la extraordinaria civilización del antiguo Egipto existen variedad de estudios, monografías, libros, investigaciones etc. Sin embargo, en muy pocos casos se estudia una parte fundamental en el desarrollo de cualquier cultura incluida la nuestra. Nos estamos refiriendo a las bases, los principios, las ideas que son la base de la educación.

 Educar no es solamente instruir, es algo mucho más profundo e importante que  la mera transmisión de conocimientos intelectuales que permitan el ejercicio de una profesión u oficio. Educar no es imponer lo que se debe pensar, sino más bien cómo se debe pensar para conseguir un resultado más consciente, más creativo que ayude a la propia realización en todos los niveles.  Educar es formar, cimentar en la psiquis principios y valores que serán el sustrato de toda conducta y actividad tanto externa como interna.

Ejemplos de esta idea sobre la educación los tenemos en la Antigua Grecia, el Antiguo Egipto y en otras culturas occidentales y orientales de la antigüedad. Es erróneo pensar que una civilización fue grande solamente por sus conocimientos. Hay algo más que guía y conforma el sendero histórico de un pueblo, son los principios anímicos o psíquicos en los que descansa y que animan toda su actividad, desde la vida privada a los logros públicos. Desde la arquitectura y creación artística hasta sus progresos en matemáticas, astronomía, medicina etc.

Estas bases o principios son los cimientos de la formación espiritual, moral y psicológica para un correcto comportamiento en las distintas situaciones de la vida, conforman al individuo como base de la sociedad y le ayudan a adquirir el nivel necesario para una comunicación más consciente con lo que los egipcios llamaban el “Dwat”, es decir, el mundo del más allá, de donde todo procede y al que todo regresa. Esta formación moral y psicológica que consistía en la creación de principios y valores que conformaban la psiquis de la persona era el primer nivel hacia un desarrollo espiritual más elevado.

El Antiguo Egipto nos ha transmitido una serie de máximas y preceptos que forman parte de su literatura y han llegado hasta nosotros en papiros, inscripciones y otros medios. Tendían a crear un comportamiento interno y externo basado en la reflexión y en el auto-control de los impulsos. Enseñan cómo vivir de forma equilibrada, cómo relacionarse con uno mismo y también con su familia y con la sociedad. Enseñan el valor de la amistad, la generosidad y el amor, los efectos perniciosos del orgullo, la soberbia y la avaricia, cuando y cómo se debe hablar y cuando hay que guardar silencio..., etc.

Se reseñan a continuación algunos ejemplos:

 “Sigue a tu corazón mientras te encuentres en la tierra y realiza un día perfecto”
(
Estela 37984 British Museum)

“No increpes a tu compañero en medio de una disputa y no dejes que exprese aquello de lo que su corazón se pueda arrepentir”
(Enseñanzas de Amenemope, dinastía XX)

“Quien enfrenta con valentía una desgracia, no sentirá todo el rigor del infortunio”
(Anjsesongy)

“No ensalces más al hijo del hombre de alcurnia que al de humilde cuna.
Juzga al hombre por sus acciones”.
(Merikara)

"Perfecciónate ante tus ojos, guárdate de que no sea otro quien te tenga que perfeccionar "
(Enseñanzas de Djedefhor, Dinastía IV)

No añores tu casa cuando estés trabajando; no cobres antipatía a una persona con sólo mirarla, si nada sabes de ella; no te aflijas mientras poseas algo; no dejes que te perturben las cosas materiales. No estés descontento con tu trabajo.
(Anjsesongy)

No te vanaglories de tu conocimiento, ni te enorgullezcas porque eres un sabio.
Toma consejo del ignorante de la misma forma que del sabio pues no se ha alcanzado el límite del arte, ni hay artesano que haya adquirido su perfección.
(Ptahhotep)


Uno de los compendios más interesantes que nos ha llegado es el llamado “Máximas de Ptahhotep”, de la dinastía V.  Los textos tienen unos cuatro mil años de antiguedad, aunque su datación exacta es un tema controvertido. El texto principal que transmite la enseñanza de Ptahhotep es el llamado papiro Prisse, depositado en la Biblioteca Nacional Francesa. Lo que conocemos de su autor es impreciso, se supone que Ptahhotep fue visir del rey Asosi, y que ya de edad avanzada dedica su vida a recoger una serie de máximas o reglas de valor educativo. En sus textos se queja de las molestias de la edad, y le pide permiso al rey para educar a un alumno al que instruye teniendo como finalidad "Educar al ignorante para que alcance el saber y adquiera las reglas del discurso perfecto".

Veamos a continuación algunos extractos de Máximas de Ptahhotep escritas aproximadamente en el 2.500 a.C y que conservan toda su vigencia y actualidad, pues trascienden el tiempo y el lugar en que fueron escritas al corresponder a principios universales y eternos:

Máxima 25, donde instruye sobre lo que es el verdadero poder que no se impone por la fuerza, sino por los valores de quien lo ejerce:

“Si tú eres poderoso, debes hacer que se te respete por el conocimiento, por la amabilidad de la oratoria, por órdenes consideradas pero no por otras circunstancias”.

Y, en otra traducción:
"Si eres poderoso actúa de modo que seas respetado en función de tu conocimiento, tu experiencia y la serenidad de tu lenguaje. No des órdenes más que cuando sea necesario”.

También en la misma máxima se encuentran referencias al autocontrol,
dominio de sí mismo y la serenidad en el diario vivir:

“Quien provoca, entra en el mal.
No seas altanero para no ser humillado.
No calles, pero guárdate de reñir.
Cuando respondas a quien habla con cólera,
aparta tu cara, contrólate.

Aquel que está agitado durante todo el día,
no podrá pasar un momento feliz.
Quien es frívolo todo el día,
no podrá fundar una casa.”

En las máximas 2, 3 y 4, Ptahhotep instruye sobre la reacción adecuada ante la ira dependiendo de quien provenga:

Máxima num. 2 (Del arte de debatir con un superior)

“Si encuentras a un camorrista en su momento de acción, alguien que tiene autoridad, alguien más importante que tú,
Dobla tus manos, inclina tu espalda y no desates tu corazón contra él pues no se te igualará.
Empequeñeces a quien habla mal cuando no te opones a él en su momento de acción.
Será señalado como un ignorante cualquiera después de que tu autocontrol iguale su superioridad”


Máxima 3 (Del arte de debatir con un igual)

“Si encuentras a un camorrista en su momento de acción igual a ti, que está a tu nivel, mediante el silencio haces que se manifieste tu virtud contra él cuando habla mal.
Habrá mucha discusión por quienes escucharon (la disputa)
Pero tu buen nombre estará en la mente de los grandes”.

Máxima 4 (Del arte de debatir con un inferior)

“Si encuentras un camorrista en su momento de acción en un pobre hombre, que, ciertamente no es igual a ti, no le oprimas de acuerdo a que es débil, déjalo solo y él mismo se castigará.
No te dirijas a él para desahogarte ni satisfagas a aquel que está ante ti,
pues quien lastima a un pobre hombre es un miserable”.

Máxima 19 (De la codicia, mal incurable)

“Si quieres obrar bien y librarte de todo mal, huye de la codicia, que es una enfermedad incurable. Por su causa el amigo afable se vuelve violento, el servidor fiel se aleja de su señor, el padre y la madre actúan con maldad y el esposo se separa de su mujer. La codicia es un haz de toda clase de males, una bolsa que encierra todo cuanto es censurable.”

La máxima siguiente trata de la calumnia y los males causados por ella:

Máxima 23 Del rechazo del rumor

“No debes repetir una calumnia
y no debes escucharla siquiera,
pues sale del acaloramiento del cuerpo.
Relata la acción vista y no escuches.
Si es algo despreciable, no digas nada en absoluto”.

Las siguientes máximas se refieren al buen uso de la palabra y del silencio, así como a la importancia de saber escuchar:

Máxima 24 Del buen uso de la palabra

“Si tú eres un hombre excelente
que se sienta en el consejo de su señor,
debes concentrarte en la virtud.
Tu silencio, es más útil que la charla.
Debes hablar después de conocer que puedes aportar soluciones,
pues es el experto quien debe hablar en el consejo.
Hablar es el más difícil de todos los trabajos.
Es quien lo investiga quien lo coloca bajo su autoridad.”

Máxima 43 De la palabra justa

“No digas una cosa y luego otra,
ni coloques una cosa en lugar de otra.

Su lugar está dentro de ti.
Guárdate de romper el cordaje en ti.
Ten cuidado de acuerdo a lo que dice un sabio:
‘Escucha, pues, si deseas mantenerte
en boca de los que entienden
deberás hablar después de haber profundizado en los
asuntos del maestro’.
Si hablas a la perfección,
todos tus asuntos estarán en su lugar”.

La máxima 41 nos describe las características de una persona ignorante que no es aquel que desconoce, sino aquel que no quiere aprender.

Máxima 41 Del ignorante

“En cuanto al ignorante que no quiere escuchar,
no podrá hacer cosa alguna.
Verá el conocimiento en la ignorancia
y lo que es útil  como perjudicial .
Hace todo lo que es aborrecido,
de acuerdo a lo que enfada de él cada día.
Vive de aquello por lo que se muere;
deformar el lenguaje es su sustento”.

Y, continúa Ptahhotep escribiendo sobre la verdad, Maat en el antiguo Egipto, que era a la vez diosa y energía cósmica, sobre la necesidad de seguir la voz del corazón durante toda la vida, sobre cómo llegar a tener profundidad en el pensamiento y un criterio propio, sobre la aceptación de lo que la vida nos depara ("Nada codicies, proponte vivir en paz con aquello que tienes y los dones de Dios te llegarán naturalmente”), sobre el uso de la palabra como energía con la que podemos crear o destruir ("No hables en contra de nadie, grande o pequeño. Hacer esto es una abominación de tu propia energía creadora”) y sobre otras materias que en su conjunto formarían al auténtico hombre con plenitud e integridad, aquel que mediante un recto modo de vivir, sabe relacionarse correctamente consigo mismo, con los otros, con el planeta y con el cosmos. Se revelaría la energía de la conciencia en cada nivel de manifestación: en lo puramente material o humano, en lo psíquico y en lo más espiritual.

          En conclusión, la cultura egipcia nos muestra que la espiritualidad no es algo alejado del diario vivir, debe expresarse y mostrarse, hacerse parte del mundo material y de la vida de aquél que la ha desarrollado en su interior. El corazón, que para los antiguos egipcios era la sede de la parte más sublime y espiritual del hombre, debe convertirse en guía de su conducta a nivel individual y social. El correcto pensar, sentir y hablar, la adecuada reacción ante los acontecimientos de la vida, el evitar ser arrastrado por la superficialidad o la maldad de otros, el mantenerse íntegro evitando alimentar energías densas y negativas, el desarrollo de la conciencia humana como primer escalón hacia lo más espiritual y divino..., todo ello formaba parte de esa educación básica que como ser humano cada individuo debía adquirir.

Rubén González e Inés Martín



 

 

 






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